Han pasado apenas dos meses desde que cerré el capítulo del Bachillerato. Aún resuenan en mi mente las tardes de estudio, los apuntes desordenados que cobraban sentido en mi caos metódico, y las largas conversaciones filosóficas que encendían mi espíritu prometeico.

Hoy puedo decirlo con calma, con esa mezcla de orgullo y vértigo que acompaña los grandes cambios: en septiembre comenzaré mis estudios en Ingeniería Eléctrica. No ha sido un camino fácil; los sueños iniciales apuntaban al doble grado en Matemáticas y Filosofía, pero la realidad –con sus notas de corte y sus exigencias– me ha redirigido a esta senda técnica.

Y no lo vivo como una renuncia, sino como un giro estratégico: la electricidad no es solo voltios y amperios, es el pulso vital de nuestra civilización. Desde los motores que mueven el mundo hasta los circuitos que llevan la inteligencia a cada rincón, todo late con energía.

Mi vocación permanece intacta: construir un futuro donde la técnica esté al servicio de la verdad, la libertad y la Hispanidad. La Ingeniería Eléctrica será el campo de entrenamiento donde afilaré mis herramientas para esa batalla.

El Bachillerato fue la fragua. Ahora, comienza la forja.